Testimonio de la India, país donde todavía los creyentes están perseguidos.
Para muchos, la India es conocida como la tierra de figuras célebres como Buda y Gandhi, así como por sus colores y el misticismo que rodea al hinduismo, una religión que es seguida por cerca del 80% de la población. Sin embargo, aunque el hinduismo predica el respeto y la honra, en la realidad del país, esto no siempre se cumple.
Los nacionalistas, en colaboración con el gobierno, han impulsado un proceso de conversión completa hacia el hinduismo, con la meta de lograrlo para el 2021, en lo que llaman “hindunización”. Su visión promueve la idea de que «si no eres hindú, no eres de la India». Este nacionalismo exacerbado está afectando a la comunidad cristiana local. La Iglesia en India enfrenta una serie de retos, como el incremento de la violencia, la segregación social de los conversos, las leyes de anticonversión y de blasfemia, y la discriminación en temas de herencia y beneficios fiscales.
Tanto el gobierno como las autoridades y algunos inversionistas extranjeros niegan la existencia de estos problemas. Procuran mostrar a los turistas una India alegre y pacífica, aunque en realidad el país tiene un lado oscuro. En él, los cristianos, como minoría, enfrentan una persecución severa y violencia creciente solo por practicar otra fe. En apenas cuatro años, el país ha escalado varias posiciones en la Lista Mundial de la Persecución. Aunque la constitución garantiza la libertad religiosa, los radicales parecen ignorar esta disposición.
Si la libertad de religión fuera realmente aplicada, cada indio podría decidir si desea convertirse o no. Sin embargo, esto no sucede debido a la ley contra la conversión forzada, creada con el fin de proteger las tradiciones culturales y que puede llevar a prisión y requerir pago de fianza. Hoy, esta ley está vigente en ocho de los 29 estados, y podría extenderse a nivel nacional.
Solo en 2018, más de 23,000 cristianos fueron agredidos física o psicológicamente, 336 personas fueron forzadas a abandonar sus hogares y 635 fueron detenidas de forma injusta.
En la eternidad, sin dolor ni llanto
La organización Puertas Abiertas ha brindado apoyo a los cristianos perseguidos en este país a través de la distribución de Biblias y literatura cristiana, capacitación de líderes, discipulado y ayuda socioeconómica a los más vulnerables. Tilak es uno de los muchos cristianos que ha recibido esta ayuda. Después de su conversión, cerca de 40 familias también entregaron su vida a Cristo gracias a su labor de evangelización. Cuando los extremistas nacionalistas lo descubrieron, contactaron a guerrilleros locales acusándolo de “lavar el cerebro” a la comunidad con la fe cristiana.
Rápidamente, Tilak fue secuestrado, atado de manos y pies, y golpeado con palos de madera. Cada vez que le preguntaban si renunciaría a su fe en Cristo y él respondía negativamente, era agredido aún más. En lo alto de una montaña, mientras yacía en el suelo, herido y ensangrentado, recordó a Jesús en su camino al Calvario, lo que le dio una profunda fortaleza.
Tilak fue torturado durante toda la noche, hasta que ya no pudo moverse. Uno de los médicos de los guerrilleros lo declaró muerto, y ellos informaron a la comunidad cristiana diciendo: «Así como Jesús fue golpeado y asesinado, nosotros también hemos matado a su pastor». Horas después, su cuerpo fue encontrado y llevado a la casa de un hermano en la fe. Mientras los creyentes se reunían, algo increíble ocurrió: Tilak abrió los ojos y recuperó la consciencia. Jesús le había devuelto la vida. Aún en el suelo, escuchaba murmullos diciendo: “Esto sucedió porque él creyó en Jesús”.
A pesar del milagro, la persecución no se detuvo, y la familia de Tilak recibió amenazas. Ellos tuvieron que huir de su ciudad. Puertas Abiertas los invitó a un taller bíblico y les proporcionó ayuda con alimentos y artículos básicos. “Siempre recuerdo que Dios está con nosotros. Cada vez que enfrentamos dificultades o sufrimientos, es para la gloria de Dios. Cuando vayamos al cielo, no habrá más dolor ni tristeza”, afirmó Tilak.